Avenida La Plata, sábado a la medianoche. De la sombra de la noche, de la nada, nos salieron al cruce Irma y Orlando.
Él era bastante pelado, panzón, con anteojos. Ella, petisa, gordita, de pelo teñido de rubio ceniza claro claro o así. Los dos calzaban zapatillas.
Creo que iban de la mano.
(Algo recuerdo y algo me invento).
El Jose fue el que dijo “Irma y Orlando”. Y yo fui la que propuso seguirlos.
Dimos media vuelta y los vimos entrar a la heladeria de la esquina. ¡Irma y Orlando, en zapatillas, habían salido a tomar un heladito!
Ya en la heladería, presenciamos cómo Orlando sacaba muchos billetes del bolsillo, seleccionaba cuidadosamente uno, se lo daba a Irma e iba a sentarse a una mesa con su mejor cara de embole. Irma se acercaba a la caja y hacía su pedido. Por más que me acerqué, no llegué a escuchar de qué tamaño pedía. Sí oí su voz aguda y animosa, y la imaginé pidiendo un helado de fruta porque a Orlando la médica le recomendó que no tome de crema, por el colesterol. Ella, en cambio, se pedía uno bien goloso.
Era mi turno y el cajero me preguntó de cuánto queríamos, y como no queríamos ningún helado porque estábamos por ir a comer tacos a la casa de una amiga, nos tuvimos que alejar.
Atrás quedaron ellos, sentados a la mesa, saciando ese antojo de dulce que les da un buen rato después de comer, Irma hablando mucho, Orlando contestando poco, hasta que los dos dan cuenta del vasito, salen y se van, de la mano, de vuelta a casa.
domingo, 6 de julio de 2008
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1 comentarios:
Qué ternura!!!! Gracias Pérez!!!
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